Una lluvia de dinero.

Lo peor está por venir.

Quedan por delante meses muy difíciles.

Hay que entender que nada volverá a ser como era antes.

Y, sobre todo, no se podía prever.

Estas y otras frases lapidarias forman parte de nuestro día a día y tamborilean en nuestras mentes a poco que escuchemos un canal de noticias o veamos los titulares de un periódico… digital por supuesto, suponemos que el periódico en papel también es sospechoso de contagio.

A nuestro juicio la única afirmación que es cierta en toda su extensión es que obviamente nada volverá a ser como antes.

Históricamente tras un suceso de esta magnitud y relevancia, que podemos considerar similar a un conflicto armado de aquellos que cambiaban el equilibrio de fuerzas a nivel mundial y eran capaces de mover fronteras cientos de kilómetros a favor del vencedor. Tras un suceso así, nada vuelve a ser como antes.

Así se forja la historia.

Afirmaciones relativas a la intensidad de la depresión económica, su duración y de la imposibilidad de preverla, son más que discutibles.

Porque verán, antes de que nadie en China pronunciara por primera vez el nombre de un virus desconocido hasta el momento y altamente contagioso, mucho antes, había estudios económicos que alertaban sobre lo ficticia de la recuperación económica de la última década y de cómo se estaba abusando de los recursos de emergencia monetaria clásicos, como por ejemplo una descontrolada deuda pública para sostener los crecientes déficits públicos.

Pero es más, antes de que el célebre murciélago entrara en el famoso mercado húmedo de Wuham, mucho antes, la FED ya había inyectado a la economía americana la misma cantidad de dinero, que para salir de toda la crisis de 2008.

Antes de todo eso, ya se estaba emitiendo deuda pública nacional con intereses negativos, impidiendo que la economía global pudiera sanarse mediante un proceso lógico de deflación monetaria.

Por tanto, todo esto era previsible, pero nadie quiso ver ni escuchar, del mismo modo que ningún gobierno tomó medidas de acopio de material sanitario, cuando la crisis de salud pública era evidente.

Pero, ¿y ahora que hacemos? Nos encontramos con unas economías detenidas y con la sensación de que al igual que al intentar empujar un coche sin gasolina, lo más duro va a ser conseguir esa primera vuelta de rueda que nos proporcione cierta inercia.

Observamos que estamos ante una nueva conceptualización de comercio internacional, en la que las economías deben comenzar a ponerse en funcionamiento, apoyadas en su mercado interno, para iniciar el movimiento.

Se proponen dos esquemas básicos y ambos se sustentan en que ha de llover dinero. Es decir, los bancos centrales deben producirlo sin contemplaciones, pero la diferencia está en el destinatario final de la emisión, quien recibe esta lluvia. Y ya intuimos, que quien más agua reciba, menos sufrirá en esta crisis.

Por un lado, tenemos a aquellos que apuestan por una solución parecida a la del 2008. Esto es, que los bancos centrales generen liquidez con la cual comprar deuda publica sin límites, bonos de empresas y todos los activos tóxicos que sea posible. Y con estos fondos ilimitados, finalmente habrá un pequeño y ligero goteo que termine calando a los ciudadanos en forma de ayudas y empleos, y si estos son públicos mejor que mejor.

Los que defienden esta idea piensan que este incremento de la base monetaria no creará inflación en ningún caso ya que el mecanismo es reversible, y en el momento que se decida, se puede volver a endurecer la política monetaria. En efecto, el banco central podría vender los bonos de deuda que en su día compró, y devolver el tamaño de su balance a su nivel inicial. Hay que advertir que la experiencia de la última década no les da la razón.

Por otra parte, tenemos aquellos que piensan que la mejor manera de que la rueda comience a girar es dar recursos a aquellos que deben moverla. Es decir, a los consumidores. y apelan a la fórmula de Milton Friedman del “helicóptero del dinero”, es decir literalmente regalar dinero a la gente. Como bien intuimos, esta medida no se ha tomado nunca antes, sus consecuencias son impredecibles y sus detractores apuntan a un riesgo inminente de hiperinflación.

Este riesgo hiperinflacionario es evidente, sobre todo si la medida se prolonga en el tiempo. Pero lo que también parece evidente es que, en una situación de parálisis económica casi total, con el nivel de confianza del consumidor por los suelos, y con el temor social de volver a las rutinas consumistas de antaño, las medidas de política monetaria deben ser lo más directas posibles, lo cual no quita que también han de ser proporcionadas.

Esta solución, no solo podría reactivar la economía de forma más efectiva, sino que además ayudaría a reducir la morosidad, que es otro de los fantasmas que comienzan a intuirse en el futuro más próximo.

Si esta opción viniera acompañada, como muchos reclaman, por una rebaja en la carga fiscal al consumo y a la renta, las posibilidades de una reactivación económica más rápida aumentarían, pero dudamos mucho que los estados renuncien a sus “conquistas fiscales”, ya que al igual que muchos dudamos de si volveremos a disfrutar de las libertades anteriores a esta crisis sanitaria, los estados, que viven de los presupuestos, también temen conflictividad social si tras una rebaja masiva de impuestos, los devolvieran a su nivel inicial.

Es probable, por tanto, que llueva dinero y lo gastes en pagar impuestos.

La mejor de las opciones hubiera sido aprovechar la crisis de 2008 para hacer la limpieza económica que se requería y que la economía sanara, pero se optó por otro tipo de medidas o mejor dicho se optó por aplazar y agravar el problema.

Por cierto, en EEUU ya comenzó a volar el helicóptero, Europa puede ser la próxima parada.

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Criptoro no se detiene.

Efrén Arroyo

Economista, Periodista y Director de Criptoro Digital Blog.